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Monthly Archives: junio 2006

Crónica de una fugaz invasión verde

Sábado 24 de junio

 
La reunión que extendería mi presencia en el planeta “El Naranjo”, desde la galaxia de San Luis Potosí.se cancela, por lo que mi regreso tendrá que adelantarse. Mi hogar, el planeta de las palmeras y los cocos está muy lejano aún; para llegar a él necesito transitar por tres estaciones espaciales cuyas conexiones cuánticas permiten el viaje a velocidad luz. La primera de ellas es la estación espacial “Tampico”, mi arribo ahí estaba programado para mucho después, pero los nobles habitantes de los mundos lejanos que visito me indican que una tormenta cósmica obliga a adelantar el convoy a este primer destino intermedio para evitar contratiempos. Los “agujeros de gusano” que me comunicarán con la estación espacial mayor “Chilangonia” se abren sólo cuando la alineación de ciertos cuerpos celestes es la apropiada, por lo que debo padecer larga espera para cruzar por tan maravillosos portales. Una vez dentro de la cabina de transporte, el espacio-tiempo se tuerce para trasladarnos hasta Chilangonia en un abrir y cerrar de ojos. Para llegar a mi otro destino, la estación especial de los cocos, debo sufrir otra larga espera, por lo que me doy a la tarea de curiosear para conocer un poco de quienes por Chilangonia transitan.
 

Entre muchos otros seres, observo una peculiar criatura de piel verde que tatuados llevan símbolos que pienso tienen que ver con los dioses que adoran, supongo que los dioses “Borgetti” y “Marquez” (sin acento) son los de mayor jerarquía, porque casi todos esgrimen el jeroglífico en sus pieles.
Sin preámbulos un ritual comienza a desarrollarse con euforia; por los gestos de sus actores interpreto ansiedad y júbilo, todo alrededor de la batalla que los habitantes del planeta “Boludo” sostiene con sus congéneres. Al escuchar sus estridentes gritos, me integro a la turba como un gesto de solidaridad intergaláctica, para gritar sus consignas: “pinche pendejo”, “métela, métela”, “arbitro hijo de…”. Mi amplia preparación en la diplomacia cósmica me permite entender algunas de sus frases de bendición proferidas, aunque algunas sólo puedo limitarme a imitar sin comprenderlas del todo, por lo complejo de su composición gutural.  Al terminar la batalla, el fantasma de la derrota se cierne sobre aquellos rostros y las pieles verdes que otrora honroso distingo eran, son arrancadas de sus cuerpos en ademán camaleónico para confundirse con el resto de los viajeros.
Extraña adoración fugaz que duró lo que la transmisión de la gesta.
En la estación anuncian por el comunicador telepático que la cabina número 471 a la estación de los cocos está por partir, así que dejo atrás a las criaturas que renegando quedan de su esplendorosa piel no obstante instantes atrás mostraban sus vivos verdes con orgullo y presunción.
Las noticias indican que el fenómeno se diseminó por todo el universo aún cuando la “invasión verde” fue tan efímera como el recuerdo de estas líneas en la memoria de quienes la lean.

 

Fin de la transmisión…

El Gepeto de Tlaquepaque



La noche tendió su manto hace un tiempo ya, y el arremolinar de la gente en la plaza principal indica que el día llegó a su fin; las personas se precipitan sobre aquel sitio de tradición barrial para visitar la plétora de bares que apostados están en el centro del lugar. Los menos, buscan el cobijo espiritual de la iglesia; los más, simplemente se dan a la tarea de matar el tiempo y disfrutar de la naciente noche.

No sería raro encontrar artistas callejeros buscando el aplauso popular ofreciendo esparcimiento liviano a los paseantes a cambio de unas monedas; pero el arte que al lugar llegó en silencio está, compartiendo con cualquier pantomima sólo el mutismo que le caracteriza. Sin aspavientos ni evoluciones de danza; sin armonía o melodía alguna, el Gepeto de Tlaquepaque hace su aparición para mostrar cómo vida le da al barro que entre sus manos carentes de lisura se acumula hacia los escondrijos de sus pliegues.


Cada creación suya parece cobrar existencia en la imaginación de los espectadores quienes no dejan de mirar con azoro aquel afán cuya aparente suciedad se disipa en su mente cuando al pasar de los minutos la gestación de su nueva creación les ofrece figura.



De pronto surgen ángeles, pastores, vasijas, floreros, platos y ceniceros, todos han brotado de las manos de aquel silente alfarero que a la luz de su lámpara pareciera que interpreta el papel del creador, cuando del barro creó a quien para él, orgullo y dolor fuera en simultáneo.